El punto de inflexión ocurrió en 1984, cuando en el «draft» (una especie de subasta en la que los equipos eligen nuevos jugadores), los Chicago Bulls contrataron al mejor jugador de baloncesto universitario del año, Michael Jordan. Los streamers venden de todo, desde maquillaje y productos para el cuidado de la piel hasta detergente para la ropa; y los mejores anfitriones pueden ganar millones de dólares al año, lo que lleva a muchos a renunciar a sus trabajos de tiempo completo con la esperanza de convertirse en una estrella en línea.